«Acuérdame de ti, que yo te acordaré de mí»
(Aquí yacen dragones. Fernando León de Aranoa)
Hace un par de años vi esta fotografía en alguna página de Internet y aunque sea una de esas imágenes típicas que se utilizan para las tarjetas con mensaje, a mí me pareció preciosa.
Podría reflejar un encuentro o una despedida -yo opto por lo segundo-, pero tiene tantas interpretaciones como matices. Que dos niños transmitan sentimientos tan «adultos» contrasta con el tamaño de sus menudos cuerpos. Supongo que es precisamente eso lo que hizo que me gustara tanto y lo que hace que pase, de vez en cuando, largos ratos observándola y descubriendo significados nuevos.
Hay abrazos que no necesitan palabras que los acompañen porque ya son en sí mismos un mensaje que solo el otro cuerpo sabrá descifrar. Abrazos que consuelan, abrazos que comparten tu dolor o tu alegría, abrazos que protegen, abrazos que derrochan amor, abrazos fríos, abrazos exagerados, abrazos contenidos, abrazos rotos… ¿De qué tipo es este? Abajo dejo el «reflejo de mi mirada».
Unos brazos que sujetan con fuerza, con toda la fuerza que puede tener un cuerpo tan pequeñito.
Una mirada perdida quién sabe dónde, pero lejos, muy lejos, en un lugar en el que están así, sin más, solo están, los dos.
Un cuerpo que se deja querer, resignado, incluso impasible, que da la espalda a la verdad.
Una flor que pronto estará marchita y seca, aunque hoy luzca fresca y radiante.
Un pensamiento que inunda el ambiente: no puedo perderte, no quiero perderte, que se pare el tiempo en este instante.
De ahí la foto, el momento será ya para siempre.