Cruce de caminos

«Éramos la versión liberada de nosotros mismos»

Estoy mucho mejor. David Foenkinos

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Ante la inmensidad del mar y un cielo al atardecer que se enciende en la lejanía, allí donde se une con la sal, se juntan unas manos y encierran un pedacito de esa grandeza. 

Es curioso, aísla las aguas en calma, tranquilas, casi inmóviles, y las protege dentro del corazón. Tan libre, tan caótico, tan fugaz y, sin embargo, guarda la calma en lugar de la tempestad.

Es extraño, desconcertante, tan ardiente como el sol antes de esconderse y a la vez tan frío como el azul de las olas al anochecer.

Una imagen llena de contrastes, como él, por eso gustan.

Albert Espinosa describía en uno de sus libros a personas que pasan por nuestras vidas durante un determinado momento para dejar algo de ellos en nosotros mismos, los denominaba sus “amarillos”. No suelen quedarse mucho tiempo, lo suficiente para que interiorices un mensaje que hará que mires el mundo con otros ojos. Los define como “el nuevo escalafón de la amistad, esas personas que no son ni amantes ni amigos, esa gente que se cruza en tu vida y que con una sola conversación puede llegar a cambiártela”. No puedo estar más de acuerdo con él, desde luego que existen muchos “amarillos” en nuestras vidas y gracias a ellos logramos crecer, ser más fuertes y avanzar cuando nos hemos quedado parados y no sabemos cómo seguir.

Algunas veces ni siquiera eres consciente de que un desconocido con el que solo has compartido unos segundos haya podido modificar algo en ti, pero ocurre. Otras veces, ese “amarillo” es alguien que te presentan –o que se te presenta solo– y enseguida sientes que esa persona desprende algo especial, no hablo de un flechazo –que también–, me refiero a esa “energía” o “buen rollo” que te transmite en cuestión de segundos. Un simple gesto, una frase o incluso una mirada son suficientes para que se cree una conexión extraña entre los dos. Es en ese mismo instante cuando comprendes que algo te ha unido irremediablemente a ella para siempre, por mucho que pase el tiempo y lo que ocurra o no entre los dos.

Este tipo de “amarillos”, o como cada uno quiera llamarlos, son necesarios, al menos para mí, y sin ellos todo sería diferente, posiblemente, mucho peor. Me refiero a gente con un carisma tan arrollador que te atrapa aunque no quieras, gente que no necesita ser ni la más guapa, ni la más alta, ni la mejor vestida, ni la más lista, ni la más en nada, para ser el alma de un grupo y destacar por encima del resto, a veces incluso sin darse cuenta de ello. Hablo de esos a los que hay que querer por cojones narices, porque se hacen querer, esos a los que hasta a sus defectos les sacan partido, dándole una vuelta al concepto y haciendo que sean un plus, esos que logran que todos quieran estar a su lado. Gente que derrocha alegría y ganas de vivir, que disfruta con cada cosa que hace y consigue que disfrutes tú también.

En ocasiones, esas personas te enseñan que vivir es otra cosa, y cuando esto sucede, ya no hay marcha atrás, es como si hubieran quitado la anilla de una granada, tu granada, solo es cuestión de tiempo que todo explote y tengas que empezar a construir el mundo de nuevo, tu mundo, pintándolo del color que más te guste.

El dueño de la foto, es uno de esos “amarillos”, creo que no solo en mi vida, sino en la de muchos más,  pero seguramente no lo sepa. Hace tiempo me envió esta imagen que aunque a primera vista me pareció que no le pegaba nada,  si te detienes un segundo te das cuenta que, en el fondo, lo define a la perfección: desprende muchas sensaciones y todas ellas te dejan un recuerdo agradable. Como buen “amarillo” no se quedó mucho tiempo cerca, pero dejó huella. Creo que nunca le di las gracias porque, aunque fue sin querer, a mí me ayudó a tirar de esa anilla y desde entonces, ya nada volvió a ser igual.

Everything that kills me makes me feel alive

2 comentarios en “Cruce de caminos

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