«Nunca creí lo que me dijo esa mujer,
que ibas a ser algo tan grande aquí en mi ser.
Y mira el tiempo con sus pasos me cambió.
Te trajo a mí y ahora soy feliz»
Nada mejor. Rosario Flores
Abre un ojo, vuelve a cerrarlo, se lo frota con el puño y hace un amago de puchero que se disipa en el mismo instante en el que escucha la voz de su madre «¿te has despertado ya, mi amor?». No hace falta más. Ya vuelve a sentirse seguro, fuera de todo peligro.
Se espabila un poco más y me decido a cogerle. Estoy deseando darle quinientos besos y mil «achuchones». Aunque su genio no siempre lo permite. Unas cosquillas, unas pedorretas en el cuello, algún lanzamiento al aire y sus carcajadas hacen que te olvides de todo, de los problemas, del mundo e incluso de ti misma. Es el poder que tienen «esos locos bajitos», que quitan las penas sin darse cuenta.
Mi Nicolás es el resultado de una historia de las que me gustan, de las que empiezan como sin querer, pero queriendo -y mucho- aunque uno no se entere al principio. Y es que como dice la canción «cuando el amor llega así de esta manera, uno no se da ni cuenta».
Un niño, porque los niños son de las madres, no podía ser de otra manera. Un niño que es igualito a su padre pero que saca a relucir el carácter de su madre haciendo lo que quiere. Un niño que será del Barcelona -aunque cada vez que le pongan el traje de su equipo este pierda-, escuchará a Sabina y cuando sea mayor tomará chupitos de Jager para brindar con los amigos, que serán muchos, porque lo lleva en los genes de papá.
Un niño que llegará tarde alegando siempre alguna excusa de peso -o eso creerá él- y nadie se lo tendrá en cuenta porque ya estarán acostumbrados. Un niño que se ganará a la gente por esa mezcla de ingenuidad que habrá heredado de su madre y que no puede transmitir más ternura. También será valiente para afrontar los problemas y sabrá reírse de ellos, hasta de los más duros, porque aprenderá que no hay mal que cien años dure y que después de un revés viene algo muy bueno para compensar.
Será como quiera ser, será lo que quiera ser, pero lo que no me cabe ninguna duda es que será feliz, siempre. Ya lo es.
No soy madre, pero creo que la mirada de esta foto refleja lo que es tener entre tus brazos una parte de ti. Una alegría inmensa, que se siente en una capa de la piel que no sabías que existía, admiración y AMOR, así, en mayúsculas. Se activa una forma de querer diferente a cualquiera que hubieras experimentado antes. Su cara lo dice todo, no necesita nada más. Si alguien me pregunta qué es la felicidad, contesto que esa imagen. No puede ser más bonita ni trasmitir más.
Llevo diez meses de retraso, pero nunca es tarde para decir: bienvenido, Nicolás, a este mundo loco, que te hará llorar muchas más veces de lo que quisieras, pero que las risas siempre podrán más y harán que la balanza se quede en el lado bueno de las cosas.
Te caerás, pero podrás levantarte, unas veces solo, otras con ayuda de alguna mano. No te preocupes eso no te hará más débil, solo te hará crecer y seguir. No te rindas nunca, con esfuerzo podrás conseguir lo que te propongas. Vive, sueña, ama y no pierdas la sonrisa. Bienvenido a tu vida, que es parte de la nuestra.
«A menudo los hijos se nos parecen,
así nos dan la primera satisfacción»