Los domingos se han convertido para mí en el día de las estaciones y las despedidas. A pesar de la pena que lleva implícita esto, lo cierto es que hay algo en el ambiente de las estaciones que me llama mucho la atención y me encanta. Son, sin duda, lugares singulares en los que un sinfín de comportamientos y de sentimientos opuestos conviven en perfecta armonía.
Si nos paramos un momento a observar lo que ocurre a nuestro alrededor, podemos ver en un mismo instante a un individuo rebosante de felicidad porque acaba de encontrarse con alguien al que esperaba anhelante, y a su lado, casi rozándose, las lágrimas y el desconsuelo de otro que se abraza a alguien que tiene que partir, dejándolo casi sin aliento, como si absorbiera mediante ese abrazo parte de su esencia para guardarla en un frasquito dentro de su corazón.
Hay riñas y enfados – los viajes suelen alterarnos un poco –, nervios y tranquilidad, gente que vocea, otra que se concentra en la lectura mientras espera que anuncien su tren. Algunos que llegan tarde, otros que se aburren porque han llegado demasiado pronto y no ven el momento de marcharse.
Resulta llamativo el contraste de la gente que corre y tiene prisa con la lentitud del tren cuando entra en la estación o cuando se va. La sensación de algunos de abandonar la ciudad, de dejar atrás muchas cosas y a muchas personas, con pena – tal vez con alegría, nunca se sabe –, en contraposición de aquellos que regresan o que vienen por primera vez, cargados de ilusiones y esperanzas, también de miedos.
Curiosamente, en estos sitios uno puede llorar sin que nadie le mire extrañado, cada cual imaginará una razón diferente para esas lágrimas, pero no le juzgarán. Lo más probable es que le dejen llorar a gusto, sin preguntas. Allí se crean enormes burbujas de soledad a pesar de estar siempre atestadas de gente.
Las estaciones tienen algo que las hace especiales, guardan millones de historias, son testigo de los besos más apasionados, de los más tristes, de besos desesperados, inocentes, tiernos, de los que se dan por compromiso, de besos educados, de besos irreverentes… Incluso de los besos que no se dan y que se pierden entre las vías cuando uno ve alejarse al último vagón, cuando ya no hay vuelta atrás y el momento se ha perdido.
Lugares de encuentros y despedidas que cada día dan la bienvenida y dicen adiós a miles de personas. Algunas no repararán nunca en toda la magia que desprenden, otras sin embargo, a pesar de la tristeza, disfrutaremos de la multitud de sensaciones que el momento nos ofrece. Porque la vida no es solo cuestión de mirar, sino de “ver” lo que tenemos delante.
muy chulo
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